A la memoria de ALFREDO…
El que piensa… baga por sus instintos.
Nótese que en cada paso que se da… un pensamiento baga, pensamientos a dos mil revoluciones por cada segundo que pasa, por cada paso por segundo y por cada segundo que se esfuma con el tiempo.
Pensar en la noche ilumina, presagia, concluye y actúa. Si mientes callas, si hablas compartes… como si se tratara de una ley que está escrita para los silenciosos, para los amantes y hasta para los supersticiosos. Como si sólo fuera cuestión de ser y no pensar profundamente; y eliminar cada paso para lograr la velocidad vencedora y no la que acostumbramos.
Es como aquella bagatela… con la que solía vivir hasta mi muerte, pues mi suerte olvidada nunca se olvidaría. Era increíble creer que me iba.
Gracias a mi impotente vivir, dejo en las memorias un instinto del que aun no se habla, mas un instante de agonía puede, y no, marcar un rompe-vientos para quienes hoy quieren de nuevo escuchar mis melodías adictivas pese a mi desventura.
Se trata es de música, queridos amigos. Esas melodías de musas perdidas que se elevaban a los vientos cuando las interpretaba… fuera tarde o al tiempo, ya de noche o en el alba. Quien las escuchaba nunca volvía ser igual, y dejaba tras cada nota una inspiración incesante para quienes quieren vivir sin el manto abrigador y filosófico de la misma bagatela que escuchábamos noche y día.
El mismo instinto de una traición… ajena pero doliente. ¿De quien es el mundo? No más de los que quieren vivir, dejar una huella arrugada antes de marcharnos e instruir sobre verdaderas aventuras a quienes están cerca de preferir la muerte.
Pueden destruirme, si con eso pretenden que deje de pensar… pensar es con quien me acuesto y me levanto, dejar de pensar es dejar de ser y sentir por mi mismo… ser el zombi de oficina, preso de los números y de los maleficios del café sin azúcar, el demonio de corbata y portafolio, vendedor de almas y saqueador de ideas.
Hoy la música me acobarda, pero permite que piense mientras camino, y que el instinto que me ofrece el miedo sea tan agudo como para saber un poco de lo que me va tocar y de lo que me falta por decir en mis letras de shamán, y en mis versos fastidiosos de culebrero estafador y fabricante de prosas bellas.
Quizá después se me recuerde como errante y no como aberrante y que quienes en mi creyeron, cuando me vaya, nunca olviden que los llevo en mi música fantasma y que aun vivo entre los sueños de un poeta que escucho mis versos y escribió lo que faltaba.